lunes, 4 de febrero de 2019

Lunes

"Si on n'aime pas trop, on n'aime pas assez".

La frase que veo todos los días al despertar, pegada a la pared de mi cuarto. Si uno no ama demasiado, no ama lo suficiente. No sé quién la dijo, pero en cuanto la leí por primera vez, supe que había dado justo en el clavo.

Si uno no ama demasiado, no ama lo suficiente. El amor, para ser, debe tener las puertas abiertas y dejarse correr a raudales. El amor necesita expandirse cual onda, hacer vibrar paredes a su paso y destruirlas de ser necesario. El amor con limitaciones deja de ser amor. Puede ser cariño, aprecio, amistad, o cualquier otro nombre imaginable. Pero creo firmemente que el amor de verdad es aquel que no se deja poner limitantes de ninguna clase. Ojo, que aquí no hablamos de amor incondicional. Simplemente de una clase de amor que va más allá de las personas, el tiempo y el espacio. Lanzar amor al mundo para, con suerte, recibir un poco de vuelta.

Toda mi vida, he recibido críticas por lo entregada que soy al momento de amar, de mis padres, de mis amigas, hasta de mí misma. Y es que no me mido: cuando amo, lo doy todo, así me pierda en el proceso. No voy a decir que está bien, pero tampoco que no lo está. Además, no sé amar de ninguna otra forma. Lo he intentado y cada vez ha implicado un fallo estrepitoso, doloroso y que me deja una sensación de incompleto. O todo o nada.

Y así, amando de mucho a mucho, he enfrentado situaciones que no siempre me han dejado bien parada. Me han mentido, me han lastimado, me han decepcionado y me han roto más veces de las que recuerdo. Y cada vez que pasa, me digo a mí misma que para la próxima, será distinto. Que ya no permitiré otro desengaño, ni una decepción más. Pero algo pasa y siempre termino entregada de nuevo.

Antes pensaba que esto era malo. Últimamente, ya no tanto. A fin de cuentas, aquí sigo, tropezando, cayendo, rompiéndome y volviéndome a construir. Amando mucho, de la única forma en que sé hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario