domingo, 13 de enero de 2019

Ducha

Ojalá me hubiese duchado contigo ayer.

De haberlo hecho, te hubiese podido abrazar y sentir tu piel húmeda contra la mía. Mis manos se hubiesen deslizado por tu cara, tu pecho, hasta llegar a tu espalda y fundirse contigo. Tal vez hubiese temblado - quizás de frío, quizás de miedo. Pero sé que tus brazos, estrechándome, y tus besos me hubiesen ayudado a entrar en calor. 

Si me hubiese decidido a olvidarme de todo y solo entrar a la regadera, sé que hubiese visto, en tus ojos, a la sorpresa dando paso a la satisfacción. Al deseo. Nos imagino jugando cual niños, bajo la cascada de agua, pensando en nada, pensando en todo. Y también imagino tus labios en el hueco de mi cuello, ese que sabes que me da cosquillas. Ese que nunca quiero que dejes de acariciar.

Si tan solo lo hubiese hecho, no me hubiese quedado sola en la recámara, atrapada entre las paredes de mis pensamientos. Tampoco hubiese buscado lo que busqué, ni visto lo que vi. Mi corazón probablemente estuviese un poco menos roto ahora, mi espíritu, un poco menos quebrantado. Quizás las vocecillas que (no) siempre dicen la verdad y que habían ido perdiendo fuerza en los últimos días ya hubiesen callado al fin, en vez de resurgir con más brío, resonando en las baldosas del baño. Y la incertidumbre, que es mi sombra día y noche, hubiese terminado por esfumarse.

En la ducha, no hubieses visto las lágrimas correr por mi rostro. El agua se las hubiese llevado junto con la pena. Y lo único desgastado sería el jabón, y no mi voluntad. Tal vez no me sentiría tan sucia, pues la porquería se hubiese ido por el desagüe en vez de que mi alma la absorbiese cual esponja, haciéndola cada vez más pesada, más difícil de cargar. 


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